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| La reedición. La nuestra no es enseñable. |
Encima como auténticos profesionales, jugamos con la versión original que uno de nosotros consiguió de segunda mano, con una caja que tenía tantas esvásticas que estoy seguro que haría las delicias de Abascal.
La mecánica del juego es sencilla: los jugadores, divididos por nacionalidades aliadas, están prisioneros en el castillo de Colditz y son vigilados por el otro jugador, que toma el papel de los carceleros alemanes: los aliados deben conseguir reunir el equipo de fuga necesario para huir mientras que el carcelero debe impedir dichas fugas. Los jugadores pueden moverse libremente por la zona del castillo que corresponde a la prisión, donde pueden recolectar cartas de objetos y no pueden ser detenidos, mientras que, en cuanto salgan de dicha zona, el jugador-carcelero puede deternerles y despojarles de parte de su equipo. Para poder lograr el objetivo de la huida, a los jugadores aliados no les va a quedar más remedio que colaborar entre sí, dada la superioridad aparente del jugador alemán.
El juego es largo, y si encima juntas suficiente gente como para ocupar todas las nacionalidades de aliados, más todavía. Nosotros pusimos un límite temporal de dos horas para sacar a dos prisioneros por nacionalidad: aquel jugador que lo consiguiera habría ganado y el que no, quedaría por detrás del alemán.
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| Steve McQueen vibes all around |
Con estos sencillos mimbres estuvimos pegados a la mesa más de tres horas, primero porque hacía años que los que lo conocían no jugaban (para descubrir que, quien se lo enseñó en su día, trampeaba las reglas para ganar siempre), y segundo, porque pagamos la novatada (además de haber alguno reñido con los dados).
Además fue muy gracioso el hecho de que todos estuvimos colaborando para reunir materiales y conseguir cartas de Equipo de fuga, todos organizados y repartiéndonos las tareas en alegre biribilketa. Pero cuando echamos al carcelero de la habitación para poder coordinar los intentos de fuga de cada uno, sacamos los machetes y aquello se convirtió en un sálvese quien pueda impresionante. Gente tapándose huecos, gastando cartas de cuerda para ir a ninguna parte... Con estos mimbres creo que obvia decir que el alemán no tuvo problema en aguantar las dos horas y ganar la partida (aunque seguimos por aquello de agotar las posibilidades y casi todos conseguimos sacar nuestros dos muñecos).
En fin, después de décadas oyendo hablar de La Fuga de Colditz, lo intentamos. Y vaya que si mereció la pena. A ver si para la siguiente no pasa tanto tiempo.


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